
Es precisamente este actor el que ha puesto en jaque la seguridad turca, al atacar el sur del país con salvajes atentados, dirigidos en su gran mayoría contra los kurdos turcos, una importante minoría étnica en el país con 12 millones de personas.
El más salvaje de los atentados cometidos por el EI fue el llevado a cabo la semana pasada en Suruc, a 46 kilómetros de la frontera siria, en el que murieron 32 personas tras la acción de un atacante suicida, quien resultó ser un turco étnico de 20 años que había sido reclutado por el Estado Islámico hacía dos meses.
La Otán, por llamado turco, convocó a una reunión de emergencia para explicar a los representantes de los otros 27 estados miembros de la Alianza Atlántica las acciones emprendidas, no solamente contra el Estado Islámico, sino contra la organización armada Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) y las milicias kurdas que combaten al mismo EI en el norte de Siria, en algo que para muchos no parece encajar muy bien en el cuadro estratégico de la guerra contra el yihadismo radical.
Al día siguiente del atentado en Suruc, el Gobierno turco comenzó una serie de bombardeos sobre posiciones del EI en Siria, pero también resolvió atacar al PKK tras la muerte de dos policías turcos por parte de militantes de este grupo al que el gobierno de Ankara considera como terrorista. El PKK considera culpable al Gobierno central de no hacer nada por evitar las muertes de kurdos a manos del grupo EI.
Según analistas, el régimen de Recep Tayyip Erdogan enfrenta un dilema sin par. Por un lado, necesita mantener a raya al EI y otros grupos yihadistas que operan en Siria y, por el otro, debe seguir combatiendo a las facciones kurdas armadas que, quiéralo o no, han salvado al territorio turco de la presencia de los comandados por Abu Bakr Al Baghdadi.
Para Ankara, la cuestión kurda es muy compleja y cualquier concesión es casi inadmisible e impensable. Los kurdos llevan más de setenta años con el anhelo de crear una república independiente en los territorios en los que son mayoría (sureste de Turquía, norte de Siria, norte de Irak y partes de Irán). El PKK, fundado en 1978 en Turquía, se alzó en armas contra el Gobierno turco, pero en 1999 recibió el más duro golpe al ser capturado su máximo líder, Abdullah Öcalan.
El diálogo entre el PKK y el gobierno de Ankara se ha visto estancado en diferentes ocasiones, pero en marzo de este año el mismo Öcalan pidió desde la cárcel a sus facciones que se decretara un alto el fuego. Los recientes acontecimientos pueden haber dado al traste con estas intenciones.
Es por estas razones que, en la lucha contra el grupo EI, para Turquía no funciona la lógica que indica que el enemigo de mi enemigo es mi amigo. Fortalecer la lucha de las milicias kurdas sirias contra los yihadistas sería, según la lógica turca, darle más argumentos al PKK y demás grupos independentistas kurdos para reforzar su causa. Lo que el resto del mundo ve como el esfuerzo titánico de un pueblo con Estado irredento contra la fuerza inconmensurable de la violencia radical yihadista, Turquía lo ve como un enorme reto a su existencia.
La dinámica de los conflictos de Oriente Próximo ha hecho que los kurdos vayan ganando más espacio en pro de la existencia una entidad territorial propia, sin llamarla aún Estado. En Irak, tras el derrocamiento de Saddam Hussein, obtuvieron un gobierno autónomo con capital en Erbil. Han sido factor determinante para el Gobierno iraquí y la lucha contra el EI en ese país.
En Siria, el escenario está aún muy fragmentado, pero, en un posible posconflicto sin el EI de por medio, ellos tendrán un papel preponderante. Igual lo será si los yihadistas aún están en el campo de batalla, sobre todo si sirven como tapón ante una posible invasión a Turquía, miembro de la Otán.
Es por esta razón que la amenaza del EI estremece a Turquía. Tácitamente, la hace enfrentarse a dos enemigos potencialmente destructivos.
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